miércoles, 21 de febrero de 2018

PEDRO CÁCERES
Podas salvajes: una manía innecesaria que daña los árboles y genera fealdad

Diario "El Mundo.es", febrero 2011

Un plátano podado en el Barrio del Pilar de Madrid. / Alberto Cuéllar
     Las imágenes que ilustran este reportaje han sido tomadas en Madrid, en el jardín de una comunidad de vecinos del Barrio del Pilar, pero podrían ser de cualquier otro lugar de España. En nuestro país, la poda de árboles se confunde, muy a menudo, con algo más parecido a la tala.
     En estos meses de invierno es la época de la poda, y en muchas ciudades se ven escenas de hacha y motosierra que no desmerecen en nada a los mejores éxitos del cine 'gore'. Así es el catálogo de horrores que queda tras el paso de muchas cuadrillas de llamados 'jardineros'. Árboles mutilados, con el tronco desmochado, desprovistos de casi todas sus ramas y, muchas veces, reducidos a una especie de candelabro fúnebre: un simple fuste con tres cortos muñones.
     La escena se ha hecho tan abundante que, incluso, parece normal. De hecho, son muchos los ciudadanos que creen que es necesario podar los árboles urbanos, que éstos agradecen el corte drástico de ramas y troncos y que, incluso, crecen mejor gracias a ello. Pero no es así. Los árboles no necesitan podas. Por el contrario, sufren, se debilitan, enferman y mueren por ese manejo. Esta costumbre errónea deja un legado patético: árboles feos, contrahechos y que no dan los servicios que requerimos de ellos, como la sombra o la belleza.
     El geógrafo César Javier Palacios, que pertenece al Observatorio de Árboles Monumentales de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y ha publicado diversas obras de divulgación sobre botánica, afirma: «En otros países no es así, pero en España tenemos la manía podar los árboles. En algunas zonas es casi una leyenda rural que los árboles necesitan podarse y que si no se les poda se mueren. Esa es una idea que está muy relacionada con árboles frutales pero se ha generalizado a cualquier tipo de árboles y es un error. Los árboles, crecen según sus posibilidades y eso les lleva a tener una forma específica. Empeñándonos en dejarlos en muñones todos los años les hacemos un flaco favor. No hay más que ver los miles de ellos que mueren todos los años en las ciudades por esos excesos».
     Simón Cortés es jardinero profesional. También es colaborador de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), que además de realizar repoblaciones en los montes españoles ha llevado a cabo obras paisajísticas muy reconocidas, como un jardín realizado sólo con plantas propias de Madrid en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Cortés cree que la poda violenta daña al árbol: «Hacer un desmoche [ cortar el tronco principal ] o un terciado [quitar la tercera parte de las ramas o dos tercios según distintas escuelas de jardinería] es prácticamente cepillarse al árbol. En un árbol normal lo que habría que hacer es quitar las ramas que están secas o enfermas y, prácticamente, dejarle expresarse de forma normal. Con los cortes lo único que haces son unas heridas muy grandes por las que entran virus y hongos y al cabo del tiempo tendrás un árbol podrido que al primer viento perderá ramas o se caerá».

 Una mala planificación

     Igual que él piensa Luciano Labajos, jardinero y maestro de jardineros. Lleva décadas trabajando en parques madrileños y ha publicado varios manuales sobre el oficio. También es miembro de Ecologistas en Acción, organización que ha llevado a cabo campañas varias en defensa del arbolado urbano. Labajos coincide en el hecho de que la poda no es algo que necesiten los árboles: «Fisiológicamente el árbol no requiere poda. Lleva millones de años evolucionando sin nosotros y se defiende solo. En un bosque hay unas podas naturales. Si hay mucha sombra el árbol elimina ramas, y también se pierden otras por las heladas o la presión de los herbívoros».
     De hecho, asegura Labajos, las podas equivocadas provocan crecimientos extraños, descompensados, y árboles que se vuelven débiles e inseguros. El árbol desprovisto de ramas y hojas agota sus energías. Esos brotes vigorosos y rectos que aparecen en los árboles podados severamente no son muestras de vigor tras la intervención, como erróneamente se piensa, sino un intento desesperado y costoso de crear hojas a toda velocidad para no morir. El árbol mal podado pierde esperanza de vida.
     Entonces, ¿por qué podamos sistemáticamente y de manera severa los árboles de las ciudades? «Pues porque no nos queda otra», explica Labajos, ya que muchas de las especies que crecen en las ciudades no fueron en su día bien elegidas. Son demasiado grandes para la calle estrecha en la que están, o los árboles fueron plantados tan juntos o sobre un terreno tan poco apropiado que se salen del espacio o crecen torcidos o apuntando sus ramas hacia los viandantes o los coches. «Las podas son un parche a un problema que se ha generado en el momento de la plantación porque no ha habido una planificación».
     «Es la pescadilla que se muerde la cola», dice Enrique Paredes, presidente de la Escuela de Paisajismo y Jardinería Castillo de Batres, el único centro español que imparte la formación universitaria de Paisajismo. «Se eligen especies de rápido crecimiento, pero también crecen mucho y enseguida sobrepasan el espacio que se les da. Los ciudadanos quieren ver árboles grandes desde el primer día, y también los políticos que cortan las cintas, pero en el pecado llevan la penitencia, porque al final tienes que estar podando si no quieres que se te vaya de las manos».

 

Mala planificación de la ciudad

     Otra eminencia botánica, el director del Departamento de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, Bernabé Moya, suscribe el diagnóstico: «Claro que el árbol urbano no necesita una poda sistemática y continua de grandes ramas que lo deja transformado en una percha, pero todo esto gira alrededor del concepto clave: ¿Qué espacio tiene un árbol para desarrollarse? Si tú coges un árbol como un plátano que llega a los 40 metros de altura y los 30 a 40 de ancho y lo pones en una calle de cinco no te queda más remedio que cada poco entrar a saco y convertirlo en un esqueleto. ¿Eso se puede solucionar ? Pues no. La poda ahí lo que hace es amortiguar una mala planificación, es un remedio paliativo a una situación que no debería haberse planteado».
     En realidad, lo mejor sería cortar aquellos ejemplares condenados a a la tortura continua y cambiarlos por especies más apropiadas, de las que hay cientos y miles, pero hablar de talar genera mucho ruido, y esta idea no puede llevarse adelante sin un amplio debate social previo, cree Moya.
     Según Labajos, «muchas veces quien planifica lo hace desde un punto de vista arquitectónico y entiende el árbol como un mueble de quita y pon». «Generan espacios verdes con el AutoCAD [un programa de diseño gráfico]. Pintan un palo y una bola verde en el plano y así quieren que se quede sin tener en cuenta que es un ser vivo y que va a crecer», dice César Javier Palacios. Labajos cree que el mal diseño urbano es la clave de todo porque el mundo de la poda ha mejorado. «Ahora hay muy buena formación técnica y gente muy capacitada. Ya no estamos en la época de la denuncia, como pasaba antes con la barbarie generalizada que había, sino en la de la vigilancia para que haya una buena praxis profesional».

 

Chapuzas e intrusismo

     Pero sigue habiendo chapuzas. Mercedes San Juan es presidenta de TREPA (Trabajadores Especializados en Poda y Arboricultura), asociación que reúne lo mejor de la profesión, artistas a 40 metros de altura que van a concursos internacionales de poda. Para ella, «terciar o desmochar un árbol no es podar, sino mutilar». Cree que la poda es un arte que obliga a saber de botánica y de técnica y lamenta el intrusismo. «No hay la costumbre de llamar a los profesionales. Hay mucha gente que no sabe podar, pero le dan una motosierra y te lo corta todo por lo sano», se lamenta.
     Además, impera una herencia rural. En el campo y el monte sí son usuales las cortas agresivas para manejar los frutales, obtener vigas o darle ramón al ganado. Pero esos modelos, útiles para esos fines en el campo, se trasladan sin sentido alguno a los árboles ornamentales de la ciudad. El resultado es desastroso, ya que lo que pedimos de ellos es sombra y belleza, no producción
     Un ejemplo son las fotos que ilustran este reportaje, parte de una larga serie, que fue tomada en el madrileño Barrio del Pilar a finales de enero. Para San Juan esos cortes son «una barbaridad» y un ejemplo de lo que no hay que hacer. Fuentes municipales han asegurado a elmundo.es que esa podas no son obra del Ayuntamiento. Se han realizado en terrenos de una mancomunidad de vecinos que solicitó autorización municipal. Tras conocer los hechos, el Ayuntamiento va a realizar una inspección que puede acarrear sanciones.
     En realidad, la política madrileña de arbolado aboga por un uso cada vez más limitado de la poda agresiva y por un cambio en el tipo de especies elegido para la ciudad. El ayuntamiento tiene hasta una novedosa herramienta en la web, llamada Un alcorque un árbol, para que el ciudadano puede denunciar daños o solicitar la renovación de los árboles de los alcorques de todas las aceras la ciudad. Cada árbol está cartografiados en un mapa disponible en la web con la calle y el número del edificio.

 

El bosque urbano que no tenemos

     Bernabé Moya cree que hay que poner en boga la idea de bosque urbano: «Hoy nuestras ciudades son de asfalto, cemento, hormigón, cristal y aluminio y son ámbitos fríos, poco adecuados para la vida. Las personas que se dedican a planificar y ordenar las ciudades olvidan que el bosque urbano que necesitamos es una herramienta de carácter ambiental, de carácter social y psicológico. Mejora las temperaturas, emite oxígeno, frena los ruidos, hace de pantalla visual, captura partículas contaminantes, acoge y reúne a la gente y nos llena de belleza y nos conecta con la naturaleza y el paso de las estaciones».
     Moya cree que al no considerar el árbol en los diseños perdemos los beneficios que podría darnos y condicionamos la salud de la planta. «Al final cuesta más mantenerlos y todo eso se traduce en ciudades más feas porque esos palos puestos ahí en nada recuerdan a lo que son los bosque naturales».
    «A mí esas mutilaciones y amputaciones me recuerdan los Desastres de la Guerra, de Goya», dice Fernando Fueyo, pintor y autor de libros ilustrados sobre la vegetación: «Nos están hurtando la belleza. Delante de mi ventana tengo dos tilos que han ido creciendo solos sin que nadie los toque y tienen una estructura perfecta, bellísima. Pero vendrá alguien a podarlos y los estropeará para siempre. Temo ese momento».
     «A mí me gustaría decir que hay esperanza», añade Moya. «Hay que decirle a los ciudadanos que por favor vayan a los jardines botánicos, que son el museo de los árboles, y allí es donde aprenderán sobre la rica diversidad y las formas naturales que tienen. Y que trasladen mentalmente esos árboles maravillosos a su ciudad, calle, parque o patio y piensen cómo serían con árboles así. Que vayan a los jardines botánicos y que sueñen».
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