jueves, 10 de agosto de 2017

LA BATALLA DE LOS ÁRBOLES
Extracto de "Hojas del Bosque"

     La Batalla de los Árboles es un texto complejo en cuanto a su traducción, sus interpretaciones y el cúmulo de influencias de la mitología celta y la tradición galesa que posee. Para llevar a cabo este apartado se ha utilizado la traducción que Robert Graves realizó en su obra "La Diosa Blanca" a partir de la traducción hecha en el siglo XIX por D.W. Nash. El propio autor nos advierte de las posibles modificaciones que esta versión puede tener respecto a lo que sería el original, por lo que hay que acercarse a ella con cuidado...


«Las copas de las hayas han retoñado recientemente,
se han cambiado y renovado de su estado marchito.
Cuando el haya prospera con hechizos y letanías
las copas de los robles se enmarañan y hay esperanza para los árboles.
He despojado al helecho, con el que descubrí todos los secretos,
el viejo Math ap Mathonury no sabía más que yo.
Con nueve clases de facultades Dios me ha dotado:
soy fruto de frutos recogidas de nueve clases de árboles:
ciruelo, membrillo, arándano, morera,
frambuesa, peral, cerezo negro y blanco con el serbo en mí participan.
Desde mi sede en Fefynedd, una ciudad que es fuerte,
observé los árboles y las cosas verdes que se apresuraban.
Apartándose de la felicidad se disponían a asumir
las formas de las principales letras del alfabeto.
Los viajeros se asombraban, los guerreros se espantaban
ante la renovación de conflictos como los que causó Gwydion.
Bajo la raíz de la lengua una lucha sumamente terrible,
y otra furiosa detrás, en la cabeza.
Los alisos de la primera fila iniciaron la refriega.
El sauce y el fresno silvestre tardaron en ordenarse.
El acebo, verde oscuro, tomó una actitud resuelta;
está armado con muchas puntas de lanza que hieren la mano.
Con el pisotear del rápido roble cielo y tierra resuenan;
«Recio Guardián de la Puerta» es su nombre en todas las lenguas.
Grande era el árgoma en la batalla, y la hiedra en su flor;
el avellano era el árbitro en ese tiempo encantado.
Tosco y salvaje era el abeto, cruel el fresno,
no se desvía la medida de un pie, golpea directamente en el corazón.
El abedul, aunque muy noble, tardó mucho en armarse,
pero no fue por cobardía, sino por su gran tamaño.
El brezo consolaba a la gente exánime,
los álamos de larga resistencia sufrían mucho en la lucha.
Algunos de ellos eran expulsados del campo de batalla
a causa de los agujeros hechos en ellos por la fuerza del enemigo.
Muy airada estaba la vid cuyos secuaces son los olmos;
yo la elogio mucho ante los gobernantes de los reinos.
Fuertes caudillos eran el endrino con su fruto nocivo,
el espino blanco no amado de naturaleza parecida,
la caña que persigue velozmente, la retama con su cría,
y la hiniesta que no se comportó bien hasta que la domaron.
El tejo que desparrama dotes estaba malhumorado al margen de la lucha,
con el saúco lento para arder entre fuegos que chamuscan,
y la bendita manzana silvestre riendo de orgullo
desde el Gorchan de Moelderw junto a la roca.
Resguardados se quedan el ligustro y la madreselva,
inexpertos en la batalla, y el pino cortesano.
Pero yo, aunque menospreciado porque no era grande,
combatí árboles en vuestra formación,
en el campo de Goddeu Brig».
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