lunes, 5 de junio de 2017

DOMINGO MARCHENA, en "La Vanguardia"
Barcelona tiene 1,4 millones de árboles, su mejor aliado contra la contaminación


Hojas de plátanos arremolinadas en el suelo por la fuerza del viento, en Pedralbes (Àlex Garcia / LVE)



      Barcelona tiene 1,4 millones de árboles, según un recuento aproximado hecho público por el Ayuntamiento. La cifra incluye por primera vez todos los árboles y palmeras de calles, plazas, jardines públicos y privados. También los de Montjuïc, las zonas boscosas de los Tres Turons y del parque natural de Collserola, el gran pulmón verde de la capital catalana.
     Esta es una de las riquezas a veces más desconocidas de las ciudades. Los árboles urbanos no sólo embellecen el asfalto, sino que ayudan a hacer de nuestros barrios lugares menos sucios y con más calidad ambiental. Actúan como pantalla acústica y atenúan el tráfico diario, ya que disminuyen la reverberación que produce el sonido del tráfico en las fachadas.
     Pero, sobre todo, retienen el polvo y purifican el aire. Son el mayor filtro contra la contaminación. Estas son sólo algunas de las causas que justifican uno de los proyectos de más largo alcance del gobierno municipal de Barcelona, que quiere planificar la gestión de este patrimonio natural durante los próximos 20 años. La duración del proyecto no parece tan insólita si se tiene en cuenta que la vida media de los árboles urbanos es de medio siglo, como dijo el comisionado de Ecología, Frederic Ximeno, durante la presentación del plan.
     Barcelona se vanagloria de su amor por los árboles. La ciudad aprobó en 1995 la Declaración de los Derechos del Árbol, “un elemento esencial para garantizar la vida en la ciudad”. Los ejemplares urbanos tienen una apasionante vida secreta y permiten que nuestras calles sean más habitables y saludables, y menos calurosas en el ferragosto. Está claro que los árboles nos cuidan, pero la pregunta es: ¿cuidamos nosotros a los árboles?
     Las ciudades son un entorno hostil. La necesaria pavimentación urbana tiene como contrapartida la impermeabilización del suelo, lo que dificulta la filtración de la lluvia. Si no llueve, malo; y si llueve mucho después de un largo periodo de sequía, peor: aunque puede ser muy beneficiosa en el campo, las precipitaciones en las ciudades limpian las calles de aceites, gasolina y metales pesados... pero el agua arrastra materiales contaminantes que perjudican los espacios verdes.
     A causa del asfalto, las aceras y la compactación de la tierra se produce una disminución de los niveles de oxígeno del subsuelo. La consecuencia directa es la asfixia de las raíces, las responsables de la nutrición de estos seres vivos. Por si fuera poco, los alcorques se empobrecen paulatinamente. En los núcleos urbanos, a diferencia de en el campo, la madera muerta y las hojas se retiran del suelo, lo que impide que la materia orgánica actúe como fertilizante.
Ailanto, un invasor
     La lista de males no acaba ahí. Las arboledas urbanas reúnen a veces ejemplares que se adaptan muy mal a las ciudades... o que se adaptan demasiado bien y pueden llegar a convertirse en una especie invasora, como el alianto. Este árbol de origen chino ha hecho saltar las alarmas en Collserola, donde si no se frena su expansión podría ser un peligro para “los espacios naturales” y convertirse en un competidor voraz de especies autóctonas, como la encina o el pino blanco.
A estos y otros errores quiere poner solución el Plan Director del Arbolado de Barcelona 2017- 2037. El proyecto tiene un subtítulo revelador: Árboles para vivir. La alcaldía pretende que en los próximos cuatro lustros se mejore la biodiversidad. No sólo se trata únicamente de plantar más árboles, sino sobre todo de optar por ejemplares más funcionales y resistentes al cambio climático.
     Uno de los ejes de la campaña buscar evitar la proliferación de monocultivos, entre cuyos ejemplares se propagan con mucha más facilidad las enfermedades y las plagas. En 1992, la mitad de los árboles de Barcelona eran plátanos (y no plataneros, como muchos los llaman). En la actualidad son el 30% del total. Pero el objetivo es que ni esta ni ninguna otra especie supere el 15%.
     Los plátanos –algunos centenarios, como los que aparecen en la novela Expediente Barcelona , del añorado periodista y escritor Paco González Ledesma– seguirán indisolublemente ligados a la imagen de la ciudad (y ocasionando problemas de alergias por su polen). Pero cada vez deberán convivir con el desembarco de otros familiares, como el árbol del fuego, las chitalpas, los tamarindos o los perales de Callery.
     Estas especies se caracterizan, asegura el Ayuntamiento, “por su buen desarrollo, la falta de problemas fitosanitarios y una buena adaptación al entorno urbano”. Una cuidadosa elección de las nuevas plantaciones es indispensable para la renovación del arbolado, pero no el único paso. La mala ubicación de los alcorques, a veces demasiado cerca de los edificios, obliga con excesiva frecuencia a podas drásticas, como denuncia el informe municipal. Las podas, sostienen los expertos, deberían ser las mínimas posibles y sólo de mantenimiento. El plan también propugna sistemas de riego automatizado gota a gota para afrontar otro grave problema, el estrés hídrico.
     La caída prematura de las hojas, en ocasiones en plena primavera, como ocurre en especial con los plátanos, no refleja “el símbolo perfecto del paso del tiempo”, como decía Virgilio. Se trata de un mecanismo de autodefensa que evita la deshidratación: a menos hojas, menos necesidad de agua para las ramas.
     Los técnicos del Ayuntamiento tendrán en cuenta para la selección de nuevas especies incluso las previsiones que apuntan a un aumento de las temperaturas y a una distribución cada vez más irregular de las lluvias. “Qué triste es que la naturaleza hable y los hombres no la escuchen”, decía Victor Hugo. Barcelona, replica el Ayuntamiento, necesita árboles. Y no árboles cualesquiera, sino ejemplares fuertes y sanos “para afrontar los retos del cambio climático”.
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