martes, 21 de marzo de 2017


ANTONIO PORPETTA (Alicante, 1936)

Si un día, al despertar, veis que

en los brazos

os han crecido ramas,

que minúsculas hojas como estrellas

brotan de vuestros dedos,

y que la piel se os cubre lentamente

de un musgo serenísimo.

Si no podéis andar, porque una hermosa 

maraña de raíces

nace de vuestros pies y os encadena 

buscando entre la tierra las ocultas 

respuestas a la sed, el ciego origen

de la piedra y el agua.

Si el viento es algo más que una llamada 

batiendo los cristales,

y se acerca a vosotros y os acuna

con antiguas canciones,

desvelando a los pájaros lejanos

que os arden en el pecho.

Si el río es un vecino venerable

y su voz os alienta y acompaña

en las tardes oscuras,

y alumbra vuestros ojos describiendo

sus remotas andanzas,

el clamor de sus huellas imposibles...
No temáis, el milagro

se ha hecho luz vegetal, fructificada

promesa en vuestra sangre:

Árboles sois, anclados universos,

esperanza de humanas primaveras,

prisioneros y libres. No os preocupe

la especie ni la forma:

es igual ser ciprés, nogal, olivo,

araucaria o enebro. Lo que importa

es disponer de sombra y ofrecerla

a todo caminante,

vigilar en silencio los cruceros,

y aguardar la llegada de quien quiera 

grabar en vuestro tronco

unas pobres palabras de tristeza,

un radiante dibujo de alegría,

o una fecha de amor entre iniciales.
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