jueves, 29 de diciembre de 2016

RENÈ VILLANUEVA MALDONADO, México
El increíble lenguaje secreto de los árboles y los hongos

     Cada vez que caminamos en el bosque o en un sitio donde hay vegetación, nosotros sólo percibimos una fracción de la realidad que existe a nuestro alrededor. Vemos a las plantas, pero en realidad sólo vemos la mitad de éstas, o incluso menos según de cada especie. Sólo nos damos cuenta de las partes aéreas de la planta, es decir: tallos, hojas, flores y frutos. Sin embargo no somos capaces de observar el sistema radicular de las plantas, esa maraña posee un sorprendente secreto... un sofisticado lenguaje que hasta apenas hace poco empezamos a descifrar y que está cambiando radicalmente nuestra forma de ver el mundo...
     Hoy en día conocemos alrededor de 292,555 especies de plantas alrededor del mundo, aunque se reconoce que esa cantidad en realidad es mucho mayor, puesto que aún no se han realizado suficientes descripciones ni exploraciones a sitios remotos donde existen un gran número de especies vegetales aún no descubiertas. De toda esta diversidad de plantas, cada una es el resultado de la perpetuación evolutiva de su especie y de su capacidad de adaptación y de dispersión a determinados ambientes, frente a un planeta dinámico que determina una serie de variables que van mucho más allá de la voluntad de los seres vivos.
     Para lograr este éxito, las plantas han sofisticado su anatomía y fisiología, en virtud de un alto nivel de interacción ecológica con una gran cantidad de especies que aparentemente no estarían relacionadas, pero con las cuales han estrechado su vínculo al punto que una no sobreviviría sin la otra.
      Uno de estos vínculos es el que existe entre las raíces de la gran mayoría de las plantas y los hongos específicos del suelo que se asocian a estas. Esta compleja relación constituye una simbiosis en la cual las hifas de los hongos desarrollan un sistema parecido a una gran red a través de la cual mediante su interacción, ya sea interna a la raíz, externa, o ambas, dichos hongos funcionan como una extensión del sistema radicular de la planta. En el caso de los árboles en los bosques, dichos sistemas son tan extensos que llegan a comportarse como una red de telefonía subterránea que conecta a todos los árboles y plantas a una sola vía de comunicación.
     De este modo, los árboles envían señales específicas por medio de estas redes y estas señales son recibidas por los otros árboles, los cuales decodifican estos mensajes. Un ejemplo de esta función, es cuando un árbol es atacado por una plaga o un herbívoro, este envía la señal a los demás árboles, los cuales desarrollan una barrera química en sus hojas que repele a los atacantes. Esta defensa puede llegar a ser muy tóxica (se conocen casos de cientos de antílopes muertos simultáneamente debido a este sistema defensivo) o casos donde las plantas repelen de manera eficiente a las plagas, sin que éstas puedan atravesar sus defensas.
     Una gran exponente a nivel mundial de este tema es la Dra. Suzanne Simard, que a través de sus investigaciones en los bosques canadienses ha descubierto que los árboles de este ecosistema, tienen un sistema jerárquico en el cual los individuos más grandes y viejos del bosque, son un eslabón clave en estas redes de comunicación, y que estos árboles llamados Hubs o Mother trees (árboles madre) tienen una particular asociación "familiar" con los árboles jóvenes del bosque, en particular con sus descendientes directos, con los cuales, el árbol madre intercambiará y cederá parte de sus reservas nutritivas a estos jóvenes árboles para favorecer su desarrollo y establecimiento.
     Si bien, es probable que esta situación sea mucho más específica de bosques boreales de coníferas cuya biodiversidad en términos florísticos es limitada y por lo tanto existen especies de árboles que claramente dominan el paisaje, también supone una estrategia ecológica que podría constituir el primer ejemplo de alta sofisticación social en donde existe un intercambio de servicios y ayuda mutua en aras de mantener la salud general de la población de árboles, lo cual constituye a su vez una fuerte defensa comunal en contra de las plagas y las enfermedades.
     En un experimento llevado a cabo por la Dra. Simard en de la Universidad de Columbia Británica, se le inyectó un compuesto radioactivo a un gran árbol madre, el cual fue seguido y medido durante un tiempo con la ayuda de un contador Geiger. Posteriormente se tomaron muestras de los árboles jóvenes que se encontraban en la vecindad del árbol madre. El contador midió niveles considerables de la radioactividad en estos árboles jóvenes, es decir, encontró los mismos isótopos radioactivos que habían sido inyectados en el árbol madre, lo cual demuestra que este árbol compartía sus nutrientes con los jóvenes circundantes.
     Otro experimento llevado a cabo por investigadores de la Universidad de UK, para comprobar estos sistemas de comunicación, no fue llevado a cabo con árboles, sino con habas. A algunas plantas se les estimuló el desarrollo de micorrizas en sus raíces, mientras que a otras se les inhibió. Sin embargo, para descartar que los experimentos realizados no fueran influenciados por estos COV, las plantas fueron cubiertas y aisladas con bolsas plásticas que impidieran la circulación de aérea de las defensas volátiles de las plantas. Las plantas que fueron estimuladas con micorrizas, posteriormente fueron sometidas al ataque de Áfidos (Pulgones), las cuales mostraron una asombrosa reacción en defensa cuyo mensaje se transmitió en cadena a todas las plantas que estuvieran en contacto con las raíces micorrizadas, mientras que las plantas no micorrizadas fueron severamente atacadas por las plagas hasta morir.
     Estos experimentos son una prueba más de la complejidad de nuestros ecosistemas y que apenas estamos empezando a comprender, que van mucho más allá de un simple asunto de biodiversidad, que existen complejas sociedades ecológicas que resultan poseer sistemas de inteligencia altamente sofisticados y que dentro de estos, existen idiomas y lenguajes secretos que apenas estamos empezando a descifrar. Hemos vivido bajo la arrogancia de querer buscar vida inteligente en otros planetas, cuando en realidad no hemos sido lo suficientemente inteligentes para entender la que ya está en nuestro planeta, y que de pronto parece rebasar nuestras propias capacidades, y nos hace ver que lo que nosotros creemos que es la verdad de nuestro planeta, no es más que una mera interpretación cultural propia de nuestra limitada capacidad para ver y percibir nuestro medio, ya que solamente lo podemos ver a través de los ojos de nuestra especie.

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martes, 27 de diciembre de 2016

LO QUE TENEMOS QUE SUFRIR
El olivar de la huerta Weil, Melilla, transformado en una pista de 4x4. ¡Será por espacio! dirán los...
Información: 
https://guelayaecologistasenaccion.wordpress.com/2016/12/02/de-olivar-a-esto/
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"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido."

Henry David Thoreau

lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuentos de Andersen

HANS CHRISTIAN ANDERSEN (Dinamarca, 1805-1875)
El pino

     Allá lejos en el bosque había un pino: ¡qué pequeño y qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que quería, y estaba además acompañado por otros camaradas mayores que él, tantos pinos como abetos. ¡Pero se empeñaba en crecer con tan apasionada prisa!
     No prestaba la menor atención al sol ni a la dulzura del aire, ni ponía interés en los niños campesinos que pasaban charlando por el sendero cuando salían a recoger frutillas. A veces llegaban con una canasta llena, o con unas cuantas ensartadas en una caña, y se sentaban a su lado.
     -¡Mira qué arbolito tan lindo! -decían-. Pero al arbolito no le gustaba nada oírles hablar así. 
     Al año siguiente se alargó hasta echar un nuevo nudo, y un año después, otro más alto aún. Ya se sabe que, tratándose de pinos, siempre es posible conocer su edad por el número de nudos que tienen.
     -¡Oh, si pudiera ser tan alto como los demás árboles! -suspiraba-. Entonces podría extender mis ramas todo alrededor y miraría el vasto mundo desde mi copa. Los pájaros vendrían a hacer sus nidos en mis ramas y, siempre que soplase el viento, podría cabecear tan majestuosamente como los otros.
No lo contentaban los pájaros ni el sol, ni las rosadas nubes que, mañana y tarde, cruzaban navegando allá en lo alto.
     Cuando venía el invierno y la resplandeciente blancura de la nieve se esparcía por todas partes, era frecuente que algún conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase justamente por encima del pinito. ¡Oh, qué humillante era aquello!… Pero pasaron dos inviernos, y al tercero había crecido tanto, que los conejos se vieron forzados a rodearlo. “Sí, crecer, crecer, hacerse alto y mayor; esto es lo importante”, pensaba.
     En el otoño siempre venían los leñadores a cortar algunos de los árboles más altos. Todos los años pasaba lo mismo, y el joven pino, que ya tenía una buena altura, temblaba sólo de verlos, pues los árboles más grandes y espléndidos crujían y acababan desplomándose en tierra. Entonces les cortaban todas las ramas, y quedaban tan despojados y flacos que era imposible reconocerlos; luego los cargaban en carretas y los caballos los arrastraban fuera del bosque.
     ¿Adónde se los llevaban? ¿Cuál sería su suerte, -se preguntaba-.
     En la primavera, tan pronto llegaban la golondrina y la cigüeña, el árbol les preguntaba:
     -¿Saben ustedes adónde han ido los otros árboles, adónde se los han llevado? ¿Los han visto acaso?
      Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña se quedó pensativa y respondió, moviendo la cabeza:
      -Sí, creo saberlo. A mi regreso de Egipto encontré un buen número de nuevos veleros; tenían unos mástiles espléndidos, y en cuanto sentí el aroma de los pinos comprendí que eran ellos. ¡Oh, y qué derechos iban!
     -¡Cómo me gustaría ser lo bastante grande para volar atravesando el mar! Y dicho sea de paso, ¿cómo es el mar? ¿A qué se parece?
     -Sería demasiado largo explicártelo -respondió la cigüeña, y prosiguió su camino.
     -Alégrate de tu juventud -dijeron los rayos del sol-; alégrate de tu vigoroso crecimiento y de la nueva vida que hay en ti.
     Y el viento besó al árbol, y el rocío lo regó con sus lágrimas. Pero él era aún muy tierno y no comprendía las cosas.
     Al acercarse la Navidad los leñadores cortaron algunos pinos muy jóvenes, que ni en edad ni en tamaño podían medirse con el nuestro, siempre inquieto y siempre anhelando marcharse. A estos jóvenes pinos, que eran justamente los más hermosos, les dejaron todas sus ramas. Así los depositaron en las carretas y así se los llevaron los caballos fuera del bosque.
     -¿Adónde pueden ir? -se preguntaba el pino-. No son mayores que yo; hasta había uno que era mucho más pequeño. ¿Por qué les dejaron todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?
     -¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! -piaron los gorriones-. Hemos atisbado por las ventanas, allá en la ciudad; nosotros sabemos adónde han ido. Allí les esperan toda la gloria y todo el esplendor que puedas imaginarte. Nosotros hemos mirado por los cristales de las ventanas y vimos cómo los plantaban en el centro de una cálida habitación, y cómo los adornaban con las cosas más bellas del mundo: manzanas doradas, pasteles de miel, juguetes y cientos de velas.
     -¿Y luego? -preguntó el pino, estremeciéndose en todas sus ramas-. ¿Y luego? ¿Qué pasa luego?
     -Bueno, no vimos más -respondieron los gorriones-. Pero lo que vimos era magnífico.
     -¡Si tendré yo la suerte de ir alguna vez por tan deslumbrante sendero! -exclamó el árbol con deleite-. Es aún mejor que cruzar el océano. ¡Qué ganas tengo de que llegue la Navidad! Ahora soy tan alto y frondoso como los que se llevaron el año pasado. ¡Oh, si estuviese ya en la carreta, si estuviese ya en esa cálida habitación en medio de ese brillo resplandeciente! ¿Y luego? Sí, luego tiene que haber algo mejor, algo aún más bello esperándome, porque si no, ¿para qué iban a adornarme de tal modo?, algo mucho más grandioso y espléndido. Pero ¿qué podrá ser? ¡Oh, qué dolorosa es la espera! Yo mismo no sé lo que me pasa.
     -Alégrate con nosotros -dijeron el viento y la luz del sol- alégrate de tu vigorosa juventud al aire libre.
     Pero el pino no tenía la menor intención de seguir su consejo. Continuó creciendo y creciendo; allí se estaba en invierno lo mismo que en verano, siempre verde, de un verde bien oscuro. La gente decía al verlo:
     -¡Ése sí que es un hermoso árbol!
     Y al llegar la Navidad fue el primero que derribaron. El hacha cortó muy hondo a través de la corteza, hasta la médula, y el pino cayó a tierra con un suspiro, desfallecido por el dolor, sin acordarse para nada de sus esperanzas de felicidad. Lo entristecía saber que se alejaba de su hogar, del sitio donde había crecido; nunca más vería a sus viejos amigos, los pequeños arbustos y las flores que vivían a su alrededor, y quizás ni siquiera a los pájaros. No era nada agradable aquella despedida.
No volvió en sí hasta que lo descargaron en el patio con los otros árboles y oyó a un hombre que decía:
     -Éste es el más bello, voy a llevármelo.
     Vinieron, pues, dos sirvientes de elegante uniforme y lo trasladaron a una habitación espléndida. Había retratos alrededor, colgados de todas las paredes, y dos gigantescos jarrones chinos, con leones en las tapas, junto a la enorme chimenea de azulejos. Había sillones, sofás con cubiertas de seda, grandes mesas atestadas de libros de estampas y juguetes que valían cientos de pesos, o al menos así lo creían los niños. Y el árbol fue colocado en un gran barril de arena, que nadie habría reconocido porque estaba envuelto en una tela verde, y puesto sobre una alfombra de colores brillantes. ¡Cómo temblaba el pino! ¿Qué pasaría luego? Tanto los sirvientes como las muchachas se afanaron muy pronto en adornarlo. De sus ramas colgaron bolsitas hechas con papeles de colores, cada una de las cuales estaba llena de dulces. Las manzanas doradas y las nueces pendían en manojos como si hubiesen crecido allí mismo, y cerca de cien velas, rojas, azules y blancas quedaron sujetas a las ramas. Unas muñecas que en nada se distinguían de las personas -muñecas como no las había visto antes el pino- tambaleándose entre el verdor, y en lo más alto de todo habían colocado una estrella de hojalata dorada. Era magnífico; jamás se había visto nada semejante.
     -Esta noche -decían todos-, esta noche sí que va a centellear. ¡Ya verás!
     “¡Oh, si ya fuese de noche!”, pensó el pino. ¡Si ya las velas estuviesen encendidas! ¿Qué pasará entonces?, me pregunto. ¿Vendrán a contemplarme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones hasta los cristales de la ventana? ¿Echaré aquí raíces y conservaré mis adornos en invierno y en verano?”
      Esto era todo lo que el pino sabía. De tanta impaciencia, comenzó a dolerle la corteza, lo que es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.
     Por fin se encendieron las velas y ¡qué deslumbrante fiesta de luces! El pino se echó a temblar con todas sus ramas, hasta que una de las velas prendió fuego a las hojas. ¡Huy, cómo le dolió aquello!
     -¡Oh, qué lástima! -exclamaron las muchachas, y apagaron rápidamente el fuego. El árbol no se atrevía a mover una rama; tenía terror de perder alguno de sus adornos y se sentía deslumbrado por todos aquellos esplendores… De pronto se abrieron de golpe las dos puertas corredizas y entró en tropel una bandada de niños que se abalanzaron sobre el pino como si fuesen a derribarlo, mientras las personas mayores los seguían muy pausadamente. Por un momento los pequeñuelos se estuvieron mudos de asombro, pero sólo por un momento. Enseguida sus gritos de alegría llenaron la habitación. Se pusieron a bailar alrededor del pino, y luego le fueron arrancando los regalos uno a uno.
      “Pero, ¿qué están haciendo?”, pensó el pino. ¿Qué va a pasar ahora?”
      Las velas fueron consumiéndose hasta las mismas ramas, y en cuanto se apagó la última, dieron permiso a los niños para que desvalijasen al árbol. Se precipitaron todos a una sobre él, haciéndolo crujir en todas y cada una de sus ramas, y si no hubiese estado sujeto del techo por la estrella dorada de la cima se habría venido al suelo sin remedio.
     Los niños danzaron a su alrededor con los espléndidos juguetes, y nadie reparó ya en el árbol, a no ser una vieja nodriza que iba escudriñando entre las hojas, aunque sólo para ver si por casualidad quedaban unos higos o alguna manzana rezagada.
     -¡Un cuento, cuéntanos un cuento! -exclamaron los niños, arrastrando con ellos a un hombrecito gordo que fue a sentarse precisamente debajo del pino.
     -Aquí será como si estuviésemos en el bosque -les dijo-, y al árbol le hará mucho bien escuchar el cuento. Pero sólo les contaré una historia. ¿Les gustaría el cuento de Ivede-Avede, o el de Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa?
     -¡Klumpe-Dumpe! -gritaron algunos, y otros reclamaron a Ivede-Avede. El griterío y el ruido eran tremendos; sólo el pino callaba, pensando:
     “¿Me dejarán a mí fuera de todo esto? ¿Qué papel me tocará representar?”
     Pero, claro, ya había desempeñado su papel, ya había hecho justamente lo que tenía que hacer.
El hombrecito gordo les contó la historia de Klumpe-Dumpe, que aún cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa. Y los niños aplaudieron y exclamaron:
     -¡Cuéntanos otros! ¡Uno más!
     Querían también el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe. El pino permaneció silencioso en su sitio, pensando que jamás los pájaros del bosque habían contado una historia semejante.
     “De modo que Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, a pesar de todo, se casó con la princesa. ¡Vaya, vaya; así es como se progresa en el gran mundo!”, pensaba. “Seguro que tenía que ser cierto si aquel hombrecito tan agradable lo contaba. Bien, ¿quién sabe? Quizás me caiga yo también de una escalera y termine casándome con una princesa.”
     Y se puso a pensar en cómo lo adornarían al día siguiente, con velas y juguetes, con oropeles y frutas.
     -Mañana sí que no temblaré -se decía-. Me propongo disfrutar de mi esplendor todo lo que pueda. Mañana escucharé de nuevo la historia de Klumpe-Dumpe, y quizás también la de Ivede-Avede.
Y toda la noche se la pasó pensando en silencio. A la mañana siguiente entraron el criado y la sirvienta.
      “Ahora las cosas volverán a ser como deben”, pensó el pino.
      Mas, lejos de ello, lo sacaron de la estancia y, escaleras arriba, lo condujeron al desván, donde quedó tirado en un rincón oscuro, muy lejos de la luz del día.
     “¿Qué significa esto? -se maravillaba el pino-. ¿Qué voy a hacer aquí arriba? ¿Qué cuentos puedo escuchar así?”
      Y se arrimó a la pared, y allí se estuvo pensando y pensando… Tiempo para ello tenía de sobra, mientras pasaban los días y las noches. Nadie subía nunca, y cuando por fin llegó alguien fue sólo para amontonar unas cajas en el rincón. Parecía que lo habían olvidado totalmente.
      “Ahora es el invierno afuera”, pensaba el pino. “La tierra estará dura y cubierta de nieve, de modo que sería imposible que me plantasen; tendré que permanecer en este refugio hasta la primavera. ¡Qué considerados son! ¡Qué buena es la gente!… Si este sitio no fuese tan oscuro y tan terriblemente solitario!… Si hubiese siquiera algún conejito… ¡Qué alegre era estar allá en el bosque, cuando la nieve lo cubría todo y llegaba el conejo dando saltos! Sí, ¡aun cuando saltara justamente por encima de mí, y a pesar de que esto no me hacía ninguna gracia! Aquí está uno terriblemente solo.”
      -¡Cuic! -chilló un ratoncito en ese mismo momento, colándose por una grieta del piso; y pronto lo siguió otro. Ambos comenzaron a husmear por el pino y a deslizarse entre sus ramas.
-Hace un frío terrible -dijeron los ratoncitos-, aunque éste es un espléndido sitio para estar. ¿No te parece, viejo pino?
      -Yo no soy viejo -respondió el pino-. Hay muchos árboles más viejos que yo.
      -¿De dónde has venido? -preguntaron los ratones, pues eran terriblemente curiosos-, ¿qué puedes contarnos? Háblanos del más hermoso lugar de la tierra. ¿Has estado en él alguna vez? ¿Has estado en la despensa donde los quesos llenan los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se puede bailar sobre velas de sebo y el que entra flaco sale gordo?
      -No -respondió el pino-, no conozco esa despensa, pero en cambio conozco el bosque donde brilla el sol y cantan los pájaros.
      Y les habló entonces de los días en que era joven. Los ratoncitos no habían escuchado nunca nada semejante, y no perdieron palabra.
      -¡Hombre, mira que has visto cosas! -dijeron-. ¡Qué feliz habrás sido!
      -¿Yo? -preguntó el pino, y se puso a considerar lo que acababa de decir-. Sí, es cierto; eran realmente tiempos muy agradables.
      Y pasó a contarles lo ocurrido en Nochebuena, y cómo lo habían adornado con pasteles y velas.
      -¡Oooh! -dijeron los ratoncitos-. ¡Sí que has sido feliz, viejo pino!
      -Yo no tengo nada de viejo -repitió el pino-. Fue este mismo invierno cuando salí del bosque. Estoy en plena juventud: lo único que pasa es que, por el momento, he dejado de crecer.
      -¡Qué lindas historias cuentas! -dijeron los ratoncitos. Y a la noche siguiente regresaron con otros cuatro que querían escuchar también los relatos del pino. Mientras más cosas contaba, mejor lo iba recordando todo, y se decía:
      -Aquellos tiempos sí que eran realmente buenos; pero puede que vuelvan otra vez, puede que vuelvan… Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, aun así, se casó con la princesa; quizás a mí me pase lo mismo.
Y justamente entonces el pino recordó a una tierna y pequeña planta de la familia de los abedules que crecía allá en el bosque, y que bien podría ser, para un pino, una bellísima princesa.
      -¿Quién es Klumpe-Dumpe? -preguntaron los ratoncitos. Y el pino les contó toda la historia, pues podía recordar cada una de sus palabras; y los ratoncitos se divirtieron tanto que querían saltar hasta la punta del pino de contentos que estaban. A la noche siguiente acudieron otros muchos ratones, y, el domingo, hasta se presentaron dos ratas. Pero éstas declararon que el cuento no era nada entretenido, y esto desilusionó tanto a los ratoncitos, que también a ellos empezó a parecerles poco interesante.
      -¿Es ése el único cuento que sabes? -preguntaron las ratas.
      -Sí, el único -respondió el pino-. Lo oí la tarde más feliz de mi vida, aunque entonces no me daba cuenta de lo feliz que era.
      -Es una historia terriblemente aburrida. ¿No sabes ninguna sobre jamones y velas de sebo? ¿O alguna sobre la despensa?
      -No -dijo el pino.
      -Bueno, entonces, muchas gracias -dijeron las ratas, y se volvieron a casa.
      Al cabo también los ratoncitos dejaron de venir, y el árbol dijo suspirando.
      -Era realmente agradable tener a todos esos simpáticos y ansiosos ratoncitos sentados a mi alrededor, escuchando cuanto se me ocurría contarles. Ahora esto se acabó también… aunque lo recordaré con gusto cuando me saquen otra vez afuera.
      Pero, ¿cuándo sería esto? Ocurrió una mañana en que subieron la gente de la casa a curiosear en el desván. Movieron de sitio las cajas y el árbol fue sacado de su escondrijo. Por cierto que lo tiraron al suelo con bastante violencia, y, enseguida, uno de los hombres lo arrastró hasta la escalera, donde brillaba la luz del día.
      “¡La vida comienza de nuevo para mí!”, pensó el árbol. Sintió el aire fresco, los primeros rayos del sol… y ya estaba afuera, en el patio. Todo sucedió tan rápidamente, que el árbol se olvidó fijarse en sí mismo. ¡Había tantas cosas que ver en torno suyo! El patio se abría a un jardín donde todo estaba en flor. Fresco y dulce era el aroma de las rosas que colgaban de los pequeños enrejados; los tilos habían florecido y las golondrinas volaban de una parte a otra cantando:
      -¡Quirre-virre-vit, mi esposo ha llegado ya! -pero, es claro, no era en el pino en quien pensaban.
      -¡Esta sí que es vida para mí! -gritó alegremente, extendiendo sus ramas cuanto pudo. Pero, ¡ay!, estaban amarillas y secas y se vio tirado en un rincón, entre ortigas y hierbas malas. La estrella de papel dorado aún ocupaba su sitio en la cima y resplandecía a la viva luz del sol.
      En el patio jugaban algunos de los traviesos niños que por Nochebuena habían bailado alrededor del árbol, y a quienes tanto les había gustado. Uno de los más pequeños se le acercó corriendo y le arrancó la reluciente estrella dorada.
      -¡Mira lo que aún quedaba en ese feo árbol de Navidad! -exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos.
      Y el árbol miró la fresca belleza de las flores en el jardín, y luego se miró a sí mismo, y deseó no haber salido jamás de aquel oscuro rincón del desván. Recordó la frescura de los días que en su juventud pasó en el bosque, y la alegre víspera de Navidad, y los ratoncitos que con tanto gusto habían escuchado la historia de Klumpe-Dumpe.
      -¡Todo ha terminado! -se dijo-. ¡Lástima que no haya sabido gozar de mis días felices! ¡Ahora, ya se fueron para siempre! 
     Y vino un sirviente que cortó el árbol en pequeños pedazos, hasta que hubo un buen montón que ardió en una espléndida llamarada bajo la enorme cazuela de cobre. Y el árbol gimió tan alto que cada uno de sus quejidos fue como un pequeño disparo. Al oírlo, los niños que jugaban acudieron corriendo y se sentaron junto al fuego; y mientras miraban las llamas, gritaban: “¡pif!, ¡paf!”, a coro. Pero a cada explosión, que era un hondo gemido, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, o una noche de invierno allá afuera, cuando resplandecían las estrellas. Y pensó luego en la Nochebuena y en Klumpe-Dumpe, el único cuento de hadas que había escuchado en su vida y el único que podía contar… Y cuando llegó a este punto, ya se había consumido enteramente.
       Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al pino la noche más feliz de su vida. Pero aquello se había acabado ya, igual que se había acabado el árbol, y como se acaba también este cuento. ¡Sí, todo se acaba, como les pasa al fin a todos los cuentos!
---FIN---

viernes, 23 de diciembre de 2016

Poesía francesa - Christian postaniec - Mon arbre et moi

CHRISTIAN POSTANIEC (Francia, 1944)
Mon arbre et moi

Lorsque je le caresse,
Mon arbre apprivoisé
Se dresse
Sur la pointe des feuilles
Dans le vent.
Alors moi je lui cueille
Un bouquet d'oiseaux blancs
Et il remue la tête
Heureux
En souriant
D'un grand rire d'écorce
Pour me faire la fête.
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martes, 20 de diciembre de 2016


EDUARDO GALEANO (Uruguay, 1940-2015)
Mudos


     Muchos son los anillos que sus cumpleaños les han dibujado en el tronco. Estos árboles, estos gigantes añosos, llevan siglos clavados en lo hondo de la tierra, y no pueden huir. Indefensos ante las sierras eléctricas, crujen y caen. En cada derrumbamiento se viene abajo el mundo; y el pajarerío queda sin casa.
      Mueren asesinados los viejos incómodos. En su lugar, crecen los jóvenes rentables. Los bosques nativos abren paso a los bosques artificiales. El orden, orden militar, orden industrial, triunfa sobre el caos natural. Parecen soldados en fila los pinos y los eucaliptos de exportación, que marchan rumbo al mercado internacional.
      Fast food, fast wood: los bosques artificiales crecen en un ratito y se venden en un santiamén. Fuentes de divisas, ejemplos de desarrollo, símbolos del progreso, estos criaderos de madera resecan la tierra y arruinan los suelos.
      En ellos, no cantan los pájaros.
      La gente los llama bosques del silencio.
De "Bocas del Tiempo"

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sábado, 17 de diciembre de 2016

CONSERVACIÓN DEL ARBOLADO SINGULAR
Por Bosques Sin Fronteras


     Expertos de todo el territorio nacional se reunieron durante el 27 y 28 de octubre, en el Centro de Investigación Forestal de Lourizán en un Congreso Nacional sobre Árboles Singulares, organizado por la Sociedad Española de Ciencias Forestales y la ONG Bosques Sin Fronteras. (...)
     
(...) todos los expertos destacaron que era preciso llevar a cabo una serie de medidas tanto en Galicia como a nivel nacional.
  • Los árboles y arboledas singulares poseen un valor genético incalculable, ya que son, en muchos casos, únicos representantes de antiquísimas formaciones vegetales que existieron hace ya cientos de años. Es preciso desarrollar protocolos de trabajo para la clonación y creación de bancos de germoplasma.
  • No se puede conservar aquello que no se conoce. Es necesaria una mayor divulgación y difusión dirigida y adecuada del valor que tienen estos seres vivos. Rutas, materiales divulgativos y campañas de participación ciudadana en los catálogos pueden ser algunas de las medidas que pueden ayudar a un mejor conocimiento.(...)
  • El apoyo a los propietarios que poseen ejemplares singulares es vital para su correcta conservación. Por ello, es preciso que las Comunidades Autónomas trabajen con entidades locales (...)
  • Los arboretos y colecciones botánicas son también espacios de alto interés botánico, histórico y paisajístico. Los catálogos de árboles singulares deberían tener una figura especial de protección y conservación para estos espacios.
  • Los árboles necesitan un espacio para desarrollarse mayor al que vemos alrededor del tronco y copa. La protección de los árboles debe ir más allá de la base del árbol (...)
  • Es preciso una mayor divulgación de los catálogos entre ayuntamientos y organismos oficiales para evitar problemas de talas y podas por falta de conocimiento de su importancia (...)
  • Es preciso la vigilancia y revisión de los catálogos. Para ello es necesario que las CCAA doten de algún tipo de personal especializado en esta materia (...) En este sentido es importante recordar la importancia que tienen los agentes forestales como personal fundamental en el apoyo a la gestión y conservación de los catálogos.
  • Muchos árboles singulares se encuentran en zonas ajardinadas y sufren problemas de hongos y pudriciones en las raíces por exceso de riego, debido al césped. Es preciso recordar que se debe evitar el césped alrededor del perímetro de influencia de las raíces de estos árboles.
El grupo de trabajo de la Sociedad de Ciencias Forestales recuerda la necesidad de tener en cuenta estas medidas por la importancia que tienen en el mantenimiento de estos ejemplares, auténticas joyas y testigos de la historia y la cultura de nuestro territorio.
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miércoles, 14 de diciembre de 2016

PAWEL KUCZYNSKI (Polonia, 1976)  
...ese ácido ilustrador y el árbol

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domingo, 11 de diciembre de 2016

PETER WOHLLEBEN (Alemania-Bonn, 1964)
La vida oculta de los árboles

Resumen
En los bosques suceden cosas sorprendentes: árboles que se comunican entre sí, árboles que aman y cuidan a sus hijos y a sus viejos y enfermos vecinos; árboles sensibles, con emociones, con recuerdos… ¡Increíble, pero cierto!
Peter Wohlleben, guarda forestal y amante de la naturaleza, nos narra en este libro fascinantes historias sobre las insospechadas y extraordinarias habilidades de los árboles. Asimismo reúne por una parte los últimos descubrimientos científicos sobre el tema, y por otra sus propias experiencias vividas en los bosques; y con todo ello nos ofrece un emocionante punto de vista, una manera de conocer mejor a unos seres vivos con los que creemos estar familiarizados pero de los que desconocemos su capacidad de comunicación, su espiritualidad.
Descubramos, gracias a este libro, un mundo totalmente nuevo…
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jueves, 8 de diciembre de 2016

Los Parques Nacionales de España

 LA LEY DE PARQUES NACIONALES DE ESPAÑA, 100 años
Ocho de Diciembre de 1916



Un parque nacional es una categoría de área protegida que goza de un determinado estatus legal que obliga a proteger y conservar la riqueza de su flora y su fauna. Se caracteriza por ser representativa de una región fitozoogeográfica y tener interés científico.
  • La primera área protegida en el mundo, contrariamente a lo difundido por la propaganda de EE.UU., fue el Bosque de Sinharaja, en Sri Lanka, ahora patrimonio de la humanidad.
  • En Estados Unidos se creó la segunda reserva protegida, el Parque de Yellowstone, en 1872, impulsado por Ulysses S. Grant. 
  • El tercer espacio protegido, segundo en EE.UU., fue Yosemite, en 1890, impulsado por John Muir y Robert Underwood Johnson. La ley retiraba de la venta esas tierras para "colonización, tenencia o venta" y protegía "todos los bosques, depósitos minerales, atracciones naturales o maravillas", junto con prohibir la "destrucción desenfrenada de pesca y caza y su captura o destrucción para propósitos de venta o lucro", y este fue el verdadero momento en que se creó la idea de protección de Parque Nacional.
    Pero en esos comienzos no todos fueron felices...    "Todo el valle está atravesado por carreteras polvorientas y arenosas que van desde los hoteles de los blancos en todas direcciones... Todos parecen venir sólo a buscar dinero... Nosotros no tratábamos así este parque cuando lo teníamos. Este valle nos fue quitado para crear un área de recreo... Yosemite ya no es un Parque nacional sino apenas una granja de heno y un campo para ganado". (palabras de los Miwok, tribu asentada en el parque que fue "desalojada")
  • En España el año 1916 se promulga la primera ley que permite, dos años más tarde, la protección bajo esta figura de la Montaña de Covadonga (actualmente Parque Nacional de los Picos de Europa) y el Valle de Ordesa (actualmente Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido).
Los 15 Parques Nacionales de España
  P.N. de Picos de Europa, 1918
P.N. de Ordesa y Monte Perdido, 1918 P.N. del Teide, 1955
P.N. de la Caldera de Taburiente, 1955
P.N. Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, 1955
 P.N de Doñana, 1969  P.N. de Las Tablas de Daimiel, 1969 P.N. de Timanfaya, 1974
P.N. de Grajonay, 1981    P. N. Marítimo-Terrestre del Archipiélago de Cabrera, 1991  P.N. de Cabañeros, 1995 P.N. de Sierra Nevada, 1999   P.N. de las Islas Atlánticas de Galicia, 2002 P.N. de Monfragüe, 2007  P.N. de Guadarrama, 2013
 
El gran libro, siempre abierto y que tenemos que hacer un esfuerzo para leer, es el de la Naturaleza y los otros libros se toman a partir de él, y en ellos se encuentran los errores y malas interpretaciones de los hombres. 
Antonio Gaudí
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domingo, 4 de diciembre de 2016

Las grandes empresas y los sufridores

Carlos Cortés,
Talan sin permiso un castaño centenario en Carballedo después de que su dueño denunciase cortas abusivas
Un vecino presentó una denuncia y después le cortaron un castaño centenario

Los trabajos de limpieza de maleza que se llevan a cabo regularmente para mantener despejados los tendidos eléctricos han generado este año un considerable malestar en Carballedo. Vecinos de este municipio aseguran que el desbroce fue más agresivo que en otras ocasiones y que sobrepasó los límites que marca la ley. Uno de los afectados presentó este verano una denuncia por lo sucedido y poco más de un mes después la empresa contratada para llevar a cabo este trabajo volvió y le taló un castaño centenario de grandes dimensiones.
      Este episodio se produjo en la parroquia de Castro, en un paraje con abundantes soutos de castaños que los vecinos conocen como Penedos da Bouzoá. El enorme tronco del castaño está todavía en el sitio en el que cayó. Su pie medía dos metros de diámetro y siete de circunferencia.
      Junto a él, Miguel Suárez cuenta que él consiguió evitar que le pasase algo parecido a los castaños que tiene en un terreno cercano porque pudo plantarse frente a los operarios forestales. «Díxenlles que aquilo era un terreo privado e que non tiñan permiso para entrar», recuerda. Insistieron, pero se mantuvo en sus trece y amenazó con denunciarlos. Acabaron por marcharse sin entrar en su parcela. Suárez asegura que nadie recibió un aviso previo de que iban a empezar los desbroces ni una explicación de cómo iban a ser, que simplemente llegaron y entraron prácticamente donde quisieron, porque la mayoría de las propiedades están en manos de personas que ya no viven en la zona. Por ejemplo, el dueño del castaño centenario, un emigrante que cuando presentó la denuncia estaba pasando las vacaciones en Carballedo, pero cuando se lo talaron ya había vuelto a su lugar habitual de residencia en Venezuela.
      Los trabajos de limpieza que se llevaron a cabo en los Penedos de Bouzoá tienen que ver con una línea que originariamente era de baja tensión, pero que hace unos años fue reforzada. Los viejos postes de madera fueron sustituidos por otros de cemento y pasó a ser de media tensión. Las limpiezas de maleza se hacen de forma periódica y no es raro que se produzcan polémicas puntuales, pero los vecinos creen que esta vez ha sido distinto, más agresivo. Aseguran que el desbroce no se limitó a limpiar la habitual franja de cinco metros a cada lado de los tendidos, sino que la amplió a nueve. Y en algunos sitios incluso a más. Sostienen los vecinos que el castaño de gran porte cortado en los Penedos da Bouzoá estaba a cerca de diez metros de distancia del tendido y que su copa quedaba a mucha distancia de los cables.
 
Lo que dice la ley
Una obligación. Las empresas eléctricas están obligadas a mantener limpios los corredores por los que pasan las líneas eléctricas
Distancias. La Lei de Montes dice que no se puede plantar ningún árbol a menos de cinco metros de distancia del último cable de cada lado del tendido. Esa es la medida que usan las empresas contratadas por las empresas eléctricas para limpiar de vegetación el trazado de cada línea
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MI OPINIÓN: Estas empresas son los actuales señores feudales, derecho de "Ius primae noctis" y lo que les dé la gana, sólo somos cabrones a los que ordeñar.
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jueves, 1 de diciembre de 2016

ANTÓNIO GEDEãO y los árvores

ANTÓNIO GEDEãO (Portugal, 1906-1997)
"As folhas dos plátanos"

As folhas dos plátanos

desprendem-se e lançam-se na aventura do espaço,

e os olhos de uma pobre criatura

comovidos as seguem.

São belas as folhas dos plátanos

quando caem, nas tardes de Novembro

contra o fundo de um céu desgrenhado e sangrento.

Ondulam como os braços da preguiça

no indolente bocejo.

Sobem e descem, baloiçam-se e repousam,

traçam erres e esses, cicloides e volutas,

no espaço escrevem com o pecíolo breve,

numa caligrafia requintada, o nome que se pensa,

e seguem e regressam,

dedilhando em compassos sonolentos

a música outonal do entardecer.

São belas as folhas dos plátanos espalhadas no chão.

Eram lisas e verdes no apogeu

da sua juventude em clorofila,

mas agora, no outono de si mesmas,

o velho citoplasma, queimado e exausto pela luz do Sol,

deixou-se trespassar por afiado ácidos.

A verde clorofila, perdido o seu magnésio,

vestiu-se de burel,

de um tom que não é cor,

nem se sabe dizer que nome tenha,

a não ser o seu próprio,

folha seca de plátano.

A secura do Sol causticou-a de rugas,

um castanho mais denso acentuou-lhe os nervos,

e esta real e pobre criatura

vendo o solo coberto de folhas outonais

medita no malogro das coisas que a rodeiam:

dá-lhes o tom a ausência de magnésio;

os olhos, a beleza.
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lunes, 28 de noviembre de 2016

SANDRA MEEK (USA)
Welwitschia mirabilis, Namib Desert
 
The heart is a caldera of ash encircled
by two wind-whipped leaves: what begins

banner-broad as Miss Landmine’s sash ends
in a pageant of feather-fray spiraling the stem’s

terminal groove, tar-gray lips
spongy as hot asphalt crowning what bore

and bears it, a wind field’s drift
of sand. With distance, they’re great hulking spiders

hunching a limbless horizon, wind-raked debris, stacks
of tattered carcasses, not what felled Welwitsch

awestruck to his knees: mirabilis,
miracle, this circle of siblings born

five hundred years ago of a single freakish
week of rain. Not bushes, but trees

driven underground, five, ten, twenty
sentient centuries they thrive

off collision—morning’s fog belt an alchemy
divined of desiccation and a current’s

icy rise to a sabered coast rattling
its outsized pearls, sea-smoothed stones

and the knobby wreck of oysters
pried open, clean

as kneecaps.

§

Survival means living

always in reverse: night-opening
stomata, trunk a taproot

plunging toward core, that interred star
centering a planet warmed not by light

but decay: U238, forty-five hundred
million years a half life ghosting the age

of Earth where surfacing terminates
as discovery, as drilling

fuses, No Entry’s freshly dug
perimeter of signs jutting the park’s own

rusting signage warning tourists
against trespass, curiosity which killed

a lichen field laboring centuries
toward this very absence, the poise

of ore trucks straight-lining horizon paused
until the unearthing word—

Okay.
 

§
 
What survives is made visible
most for what scars it, field

history endures as ox wagon tracks neatly
scoring it still. A lichen’s fragility

its strength: that it exists
only as fusion, scaffold of fungus

an alga feeds. But nothing’s
singular; lop off either leaf, a welwitschia

will never sprout a third, will remain
always the flawed schism

it never lost faith with. Welwitschia:
in Nama, !kharos; in Herero,

 onyanga: desert onion. Because it isn’t landscape
that starves.

§
 
Lebensraum, just a little
elbow room
Konzentrationslager, a little space

to disappear in. Nama.
Herero. A little space

for forgetting, century
we were born to

born here
in genocide, all exits blocked

but to thorn, waterholes
poisoned, survivors

strung into plots
of barbed wire, narrative

enthralling the young Hitler
a halved world

away—

§
 
Whether influence
or confluence, inspire

or conspire, like
leads to like, desert by desert. Namib,

Kalahari. Nothing
singular. Nothing true

twinned: Race hygiene. Bastard
studies.
Operations overt

and covert, wars civil
and cold: history a spectral arc

so deeply dug, the desert’s pronged
with sand-shrouded tiaras, the antlered plates

of bounding mines; with blast mines
forged to the span of the human

palm, of baby carriage wheels
ground puck-smooth, scattered

like shattered spines, disks
of some fossil species more

or less human. But nothing’s fossil
but the living here—Darwin’s term, living

fossil, for the welwitschia, for what stalls
at origin. What changes only

circles: seasons clocked by arrival, fetal fists
of cones unfurling. Pollination

by flies. 

§
 
Like butterfly feelers, the narrow shoots
the cones top; like delicate antennae

tuning the static hum of the world’s latest
mined harbor. The human body

needs no acoustic signature. Is
both trigger and crutch.


§
 
Despite his urging a local name, the Academy ambered
Welwitsch in Latin: welwitschia since conserved

by military occupation, by colonial
proclamation, by the serendipitous sowing of mines

unharvested still.


§
 
Phantom by phantom, the desert unscrolls
dualed leaves rind-thick and corrugated

as the zinc roof held down by stones
of a house a woman one morning

walks away from, into a field suddenly
percussive with light.

To survive, the body
will seal at the thigh, heal

to a single bruise
of air—a tenderness that lies

only in the missing.
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Primera parte (traducción)

El corazón es una caldera de ceniza rodeado
por dos hojas azotadas por el viento: que comienza

en ancha franja como faja de Señorita en Campo de Minas
final en un desfile de plumas en espiral de tallos

surco terminal, labios de alquitrán gris
esponjoso de asfalto caliente coronado de luz

y la lleva, a la deriva en un campo ventoso
de arena. Con la distancia, grandes moles de arañas

encorvándose como horizonte sin extremidades, restos de viento-rastrillado,
apilados jirones de carcasas, la no talada Welwitscia

asombrado de rodillas: mirabilis,
milagro, este círculo de hermanos nacidos

quinientos años atrás en una única anormal
semana de lluvia. No arbustos, sino árboles

en la clandestinidad, cinco, diez, veinte
siglos sensibles que prosperan

de la colisión del cinturón de niebla de la mañana una alquimia
de divina desecación y una corriente

helada se levanta de una agitada costa
sus perlas de gran tamaño, piedras moldeadas por el mar

y el naufragio de restos de ostras
quedan abiertos, blancos

como rótulas.


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(Información)
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