martes, 17 de mayo de 2016

WADE DAVIS
¿Cómo salieron las semillas del caucho de la Amazonia?
De "El río (One river)"

Reseña del libro

Es un poco extenso el relato pero es muy clarificador. Es una de tantas falsas creencias que todos transmitimos como ciertas. No hubo ningún robo, ni expolio, ni soborno...

Alumno y profesor
    (...) Al decidir entonces romper el monopolio brasileño, Markham recurrió a Sir Joseph Hooker, el director del Jardín Botánico Real de Kew. Desde hacía unos meses Hooker se había comunicado con un excéntrico plantador inglés, Henry Wikham, que estaba viviendo en Santarém, un pueblecito amazónico situado a seiscientos cuarenta kilómetros río arriba de Belém. Hijo de un sombrerero de Londres y artista en ciernes, había huido de Inglaterra siendo aún muy joven y vagado durante varios años en las selvas de Nicaragua y de Venezuela, y finalmente por el Orinoco y el Amazonas hasta llegar a Santarém, donde estableció una pequeña granja. Una relación de sus viajes se publicó en Londres en 1872. Era un libro más bien mediocre, pero repleto de muchas atractivas, aunque imprecisas, referencias al caucho hebea, que interesaron a los botánicos de Kew. En 1874, Hooker y Markham acordaron pagarle a Wickham diez libras por cada mil semillas del caucho que pudiera enviar del Amazonas.
     El primer intento fracasó. Las semillas, ricas en aceite y en látex, que se fermenta rápidamente y se pone rancio, no pudieron resistir la larga travesía del Atlántico en velero. De las diez mil semillas recogidas en 1875, ni una sola germinó en los invernaderos de Jardín Botánico. La suerte de Wikham no cambió hasta febrero de 1876, cuando recibió una invitación de último minuto para cenar en el S.S. Amazonas, un transatlántico de mil toneladas que hacía el viaje de inauguración de la línea Liverpool-Manaos. Era el primer vapor que navegaba en el Amazonas. Wikham pasó una noche agradable con el capitán Murray, pero no pensó más en el barco hasta que un mes después le llegó la noticia de que unos socios deshonestos de Murray en Manaos lo habían dejado sin una onza de carga para su viaje de vuelta.
      Wikham actuó con rapidez. Aunque sin un centavo, envió un mensaje a Manaos ofreciendo fletar el navío en nombre del gobierno de la India. Luego partió de Santarén antes del alba y recorrió cien kilómetros en canoa hasta Tapajós, un puesto comercial donde contrató a unos indios tapuyos para que recogieran cuanta semilla madura encontraran en la selva. Por casualidad el barco había llegado en el momento perfecto del año, y los ruidos de los frutos de la hevea al explotar y lanzar las semillas hasta treinta metros a la redonda de los altos y plateados árboles rompían el silencio de la selva al mediodía. En menos de dos semanas había reunido más de setenta mil semillas y las había hecho empacar cuidadosamente en serrín húmedo y hojas de banano, puestas en canastas tejidas por mujeres tapuyos allí mismo.
       La forma como él y el capitán Murray se las arreglaron para sacar las semillas del Brasil y transportarlas a Inglaterra sigue siendo objeto de polémicas. Los brasileños, olvidando por conveniencia que toda su economía agraria se basa en seis plantas importadas -la palma africana, el café de Etiopía, el arroz de la India, el cacao de Colombia y el Ecuador, la soja de China y la caña de azúcar del Sureste Asiático-, todavía hablan de “robo del caucho” y lo califican como un hecho infame. El mismo Wickham, en sus Memorias, le da al asunto un toque de misterio, sin duda para ganar prestigio ante sus camaradas. De hecho, todas las evidencias sugieren que la exportación fue un negocio común y corriente realizado en forma abierta y con activa ayuda de las autoridades brasileñas de Belén.
      No había en esa época ninguna ley que prohibiera la exportación de semillas del caucho hevea. En el manifiesto aduanero, Wickham describió la carga como “especímenes botánicos extraordinariamente delicados con destino al Jardín Botánico Real de Kew, de la propia Majestad Británica”. Perfectamente consciente de la fragilidad del envío, el funcionario brasileño a cargo hizo pública la naturaleza de la carga. Por cierto que sólo ocho años después empezó el país a cobrar un pequeño impuesto por la exportación de las semillas, y pasarían cuatro décadas antes de que se prohibiera su comercio. En esa época los brasileños desdeñaban como una fantasía la idea misma de establecer plantaciones de caucho productivas. Un miembro de la Cámara de Comercio de Manaos declaró que “si no fuera nuestro deber estar al tanto de los desarrollos científicos, podríamos perfectamente pasar por alto esas plantaciones extranjeras”.
      Los primeros indicios sugirieron que los brasileños tenían poco de qué preocuparse. Después de una rápida travesía, el Amazonas atracó en Le Havre el 9 de junio de 1876. Wickham se apresuró a cruzar el Canal de la Mancha, despertó a Hooker en mitad de la noche y le pidió con insistencia que despachara de inmediato un tren real a Liverpool, donde el barco llegaría por la mañana. Durante la siguiente semana los jardineros de Kew trabajaron las veinticuatro horas, desocupando los invernaderos, preparando los arriates y sembrando las semillas. Para el 15 de junio las habían sembrado todas. Los primeros brotes surgieron el 19. Para el 7 de julio, centenares habían germinado. En total crecieron dos mil ochocientas plantas, notable promedio de supervivencia del cuatro por ciento. El primer envío de plantas de semillero con destino al Jardín Botánico de Colombo, Ceilán, partió de Inglaterra el 12 de agosto, protegido por invernaderos portátiles y escoltado por la Marina Real. El costo total de toda la operación, incluido el pago a Wickham, fue de poco más de mil quinientas libras.
       Aunque toda la industria del caucho del Lejano Oriente se basaría en la progenie de las semillas de Wickham, su introducción inicial en Ceilán fue una desilusión. Convencidos por la Oficina de Colonias de que el Amazonas era un vasto pantano, los cingaleses plantaron las primeras plantas de semillero asiáticas a lo largo del río Kaluganga, región que recibe cuatro mil milímetros de lluvia anuales. Las inundaciones se llevaron más de treinta mil plantas jóvenes. Aun en áreas apropiadas para el caucho, no les fue fácil a los ingleses convencer a los campesinos de que ensayaran el nuevo cultivo. El té de Ceilán y el café de Malaya eran productos establecidos y productivos, y nadie sabía muy bien qué hacer con el caucho. Un plantador en el norte de Bormeo tuvo cien árboles que crecieron plenamente y luego les ordenó a sus trabajadores que treparan. Como no aparecieron bolas de caucho colgando de las ramas, ordenó talarlos. Otros insistieron en que no tenía sentido cultivar caucho en Oriente, puesto que en América se podía sacar de la tierra. Pasarían veinte años antes de que se dieran cuenta del potencial de la planta.
      Los acontecimientos cruciales tuvieron lugar durante la última década del siglo. En 1888 Henry N. Ridley, un joven protegido de Sir Joseph Hooker, se hizo cargo del Jardín Botánico de Singapur. En en inventario había nueve cauchos maduros y mil plantas jóvenes, todas descendientes de las veintidós semillas llevadas al Estrecho de Malaya en 1877. Con un presupuesto anual de no mas de cien libras, Ridley se dio a la tarea de crear una industria. Importó semillas de Ceilán y de inmediato cultivó ocho mil plantas adicionales. Luego se dedicó al problema de la producción.
      En ese tiempo los hacendados sostenían que sólo se podían talar los árboles de veinte años, y además sólo cada dos años. Para hacerlo cortaban segmentos del tronco o usaban un hacha para hacer incisiones profundas a lo largo. Ambos métodos formaban grandes protuberancias que a la larga hacían imposible sangrarlos. Ridley demostró que al cortar láminas muy delgadas del tronco era posible cortar al través los vasos con látex sin dañar el cámbium, la capa de células que es base del crecimiento de la corteza. Con cuidado, los árboles se podían sangrar diariamente desde los cuatro años, y en forma casi indefinida. Probó que el rendimiento era mayor si la incisión se reabría por la mañana, en espiral y cortando de derecha a izquierda y al sesgo el canal portador del látex. Para 1897, todo el sangrado del caucho de Asia se basaba en el método Ridley. Otra innovación suya fue el empleo de ácidos para espesar el caucho, permitiendo así que el látex se pudiera procesar a escala industrial.
Richard Evans Schultes
      Fue en esta época, mientras Ridley abogaba por el establecimiento de plantaciones, cuando convergieron tres factores importantes: el precio del té se desplomó, un hongo devastador atacó la cosecha de café de Malasia y los norteamericanos adoptaron el automóvil. En noviembre de 1895, Ridley finalmente convenció a dos jóvenes agricultores de café de que sembraran dos acres de cauchos, y en 1907, apenas doce años después de este experimento inicial, las plantaciones de Ceilán y Malaya tenían diez millones de cauchos heveas en trescientos mil acres. En ese mismo año, una oleada de inmigrantes tamiles y chinos se volcó sobre Singapur para trabajar en las plantaciones. Para 1909 Malasya había sembrado más de cuarenta millones de cauchos, a una distancia de tres metros y en hileras rectas, lo que permitía que un solo trabajador pudiera sangrar cuatrocientos árboles cada día; cada uno producía dieciocho libras de látex al año, más o menos cinco veces el producido por las más fértiles heveas silvestres del Amazonas. (...) 
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